(DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS)
So, we’ll go no more a-roving
So late into the night,
Though the heart be still as loving
And the moon be still as bright.
For the sword outwears its sheath
And the soul wears out the breast
And the heart must pause to breathe
And love itself have rest.
Though the night was made for loving
And the day returns too soon,
Yet we’ll go no more a-roving
By the light of the moon.
George Gordon, Lord Byron (1788-1824)
Este poema demuestra por sí solo que Lord Byron es un poeta gigantesco. Podrá el lector después leer el resto de su obra, y el descubrimiento de algunas composiciones insustanciales no le hará jamás revocar esa primera impresión.
Nos encontramos ante un escueto tríptico en el que las estrofas primera y última recuerdan al estribillo de una cancioncilla popular (y tal parece ser, en efecto, el motivo que inspiró a Lord Byron para escribir esta obra). Estas estrofas, con ser muy hermosas, rehúyen la sublimidad y sólo aspiran a presentar el tema -la primera- y a recapitularlo -la última-, o lo que es lo mismo, a ser un marco adecuado para la segunda estrofa, que es el verdadero núcleo estético de la composición.
El lector se siente asaltado, su pecho estrujado con una violencia deliciosa por ese firme crescendo, por esas tres imágenes (la espada, el alma, el corazón) que desembocan en ese portentoso verso final: hasta el amor necesita un descanso en su ardiente carrera, ¿hacia dónde?
Todo lo que podemos amar en el Romanticismo se encuentra citado en este breve poema: el amor a la soledad, a la libertad y a la noche, la naturaleza como estímulo privilegiado de los sueños, el desprecio de las convenciones, el arrojo y la audacia, la sabia y desesperada locura, la música, el amor incausado, que es siempre origen y fin de sí mismo...
Acaso todas las ideas anteriores se encierren en la palabra DISOLUCIÓN. En estos tiempos de culto banal al sacrosanto Yo, de palurda "construcción" del individuo humano, fantoche al que se viste de "dignidad" para después idolatrarlo como a un becerro de oropel, ¡que crezcan en nuestros pies las córneas callosidades subhumanas, que brote de nuestro mentón la rucia guedeja del cabrón, que rompan nuestras frentes las protuberancias picudas de los hermanos de Dioniso! Que nada ni nadie pueda poner fin a nuestras correrías nocturnas, y antes de que rompa el nuevo día, ¡DISOLVÁMONOS, disolvámonos con alegria y sin esperanza, impenitentes e impunes, en la infinita primacía de la noche!